Tuesday, October 22, 2013

LOS BUÑUELOS DE DOÑA EVA / Víctor Hugo Alvítez Moncada



Crónicas de Pis@diablo

LOS BUÑUELOS DE DOÑA EVA

Víctor Hugo Alvítez Moncada


El recuerdo latente de nuestra tierra trae a la memoria el aroma de deliciosos buñuelos preparados por la señora EVA, a un costado de la plaza de armas de San Miguel, frente al atrio de iglesia matriz y/o digamos en dirección a tienda del señor Alberto Quiroz –en una grada que separa la vereda y la pista.

A partir de las seis de la tarde llegaba a instalarse en el lugar, acompañada de alguno de sus menores hijos trayendo consigo materiales y demás accesorios necesarios para iniciar su negocio: un recipiente de masa hinchada cubierta de mantel blanco, un primus a kerosene o cocina pequeña de una hornilla, sartén, platos de fierro enlosado, lamparín, botella de aceite Capri, mesita y una tetera llena de fraganciosa miel de chancaca y hojas de higo.

Doña Eva o Evita como la conocíamos y llamábamos sus ocasionales clientes del delicioso dulce a tan noble, emprendedora y digna mujer, es imposible olvidar su imagen, generosidad, amistad y delicada atención brindada al acercarnos a consumir las delicias convertidas en esponjosos buñuelos que uno a uno iban saliendo del sartén a la par volteándolos y friéndolos en bastante aceite valiéndose de cuchara larga de palo, esmerado cuidado y amor.

Por las décadas ’70 y ’80, cuando la luz pública palidecía bajo el poncho de la noche, no faltaba doña Evita, inconfundible, cariñosa y trabajadora; a la luz de su humilde candil o lamparín -confeccionado por el tío Ananías Huerta, cual faro resplandeciente y señal de niñez y juventud en especial- iluminando su rostro humano, su alegría y esperanzas junto a mesita y apetitosos buñuelos que iban acumulándose en una fuente cubierta de mantelito blanco,  ofreciendo el entonces común y delicioso manjar de todos nosotros, exquisitez que progresivamente fue ahuyentándose de mesas sanmiguelinas y luego para siempre con la desaparición física hacia la eternidad de doña Evita una de sus principales promotora. Igual sucedería con la espumante y fraganciosa caspiruleta de leche fresca hirviendo a ollas llenas trascendiendo a clavo de olor y canela, finamente movida a través de giros en palmas de las manos por batidor de madera cuyo extremo remataban unas tablitas formando el borde de un cuadrado, aparato traído por comerciantes cajamarquinas en fiesta de Virgen del Arco, utensilio que servía también para mover el chocolate shilico o de Celendín; endulzando ambos potajes las tardes de largas reuniones y conversaciones familiares al calor de nuestros fogones luminosos de leña sequita; así fueron igualmente desapareciendo ‘alfañiques’ y ‘chupetes de chancaca’ aquellos de forma puntiaguda envueltos en papel cometa, sujetos a un palito de linaza acompañado de uan madura berenjena para allí introducirlo una y otra vez hasta desaparecer su exquisita savia. Cómo anular de la memoria y corazones incomparables golosinas.

Los buñuelos veíamos preparar a madres y abuelas en nuestras casas, mezclando harina de trigo, huevos, levadura, agua tibia y una pizca de sal; freírlos en aceite caliente, luego servirlos rociados de exquisita miel de chancaca, hojas de higo, canela y clavo de olor; repitiéndonos cuantas veces era necesario y hasta empalagar el alma y quedar chupándonos los dedos eternamente.

El precio de cada platillo de buñuelos ofrecidos por doña Evita era de una ‘peseta’ o veinte centavos de sol, conteniendo tres apetitosas unidades más su miel esparcida sobre ellos a través del pico de la tetera, más dentro del plato; delicia que había que comer con la mano, aplastándolos y  haciéndolos chupar el dulce del depósito y si era posible arremangándose mangas de la camisa para evitar ensuciar al chorrear el almíbar; si escaseaba dicha moneda, no importaba, se pedía o rogaba venda una porción de ‘real’ o diez centavos con uno o dos buñuelitos, la digna señora aceptaba con mucha contemplación; en otros casos a algunos clientes fijos hasta les fiaba, con tal no se queden con las ganas; igual que el ‘Cholo calaverudo’ de su hijo –como le decía- a pesar de servirle su buen plato de buñuelos, éste seguía reclamando.

Doña EUFEMIA SAMÁN LINGÁN o simplemente Eva, había nacido en Chepén, niña llegó a nuestro pueblo para servirlo e inmortalizarse con empeño y dignidad. Esposa de don Antonio Vera Cuñe, natural de Sunudén, de ocupación carpintero, tuvieron catorce hijos, sobreviviendo: Margarita, Israel(+), Edilbrando, Miguel Antonio, Rosa, Ángela y Ramiro. Don Antonio ‘Chancaca o Chancona’ curiosa y afectuosamente apodado al puro estilo sanmiguelino, fue orgulloso licenciado del Ejército Peruano, ‘combatiente de la Guerra del 41’, como varios paisanos, defendiendo a la Patria con valentía contra el vecino país del norte, todo un ‘héroe’ incluso percibían una pensión del Estado; así eran reconocidos aquellos hombres que desfilaban marcialmente en diferentes actos cívicos, después ser acobardado y llevado por el vicio y licor como muchas personas al fin de sus días, dejando el camino regado de sufrimientos, remembranzas y mil expectativas.

La casa que albergó a esta familia sanmiguelina, entonces quedaba un tanto alejada y hasta solitaria, ubicada al final de la calle José Gálvez camino a la Curva del Moro, frente a ella existía una barda de adobes cubierta de tejas, más una tranca al centro que cercaba los linderos de ‘La Quinta’, pared que poco a poco fue cayendo dejando al descubierto aquella inverna verde; en la actualidad ya está totalmente urbanizada- antes de llegar a casa de dicha familia había algunas chacras o solares y en plena esquina una antigua y enorme planta de lúcuma donde íbamos con esperanza de encontrar algunas, hallando debajo de sus frondosas ramas solamente pepas del apreciado fruto con las que nos conformábamos y divertíamos jugando a ‘los gallos’. Por ello, la amistad de don Antonio con sus vecinos Francisco o Pancho Henández e hijo Emilio, Eladio Mendoza de ‘La Colina’, entre otros, viéndoles siempre juntos y en ciertas ocasiones libando sus tragos.

Así de buena y bondadosa era doña EVITA: sencilla, amable, atenta; en gratitud rogamos al Hacedor lo proteja y tenga a su diestra y lugar preferente e  imperecedero donde moran. Madre ejemplar como muchas de nuestras paisanas sanmigueilnas a quienes rendimos homenaje y reverencia; ellas con gran convencimiento, sudor y esfuerzo de su trabajo y espíritu profundo fueron capaces de sacar adelante a sus familias, apoyando siempre y decididamente la manutención y educación de sus hijos y hogar.

San Miguel seguirá recordándola y nombrándola como doña EVITA. Ante su descanso eterno, reciba nuestra oración y ramos de hortensias frescas y desde el paraíso celestial continúe endulzando la vida de quienes seguirán admirándola, respetándola, extrañándola y agradeciéndola; ratificando ante Ud. y nobleza de sus sentimientos, nuestra fraternal convivencia, feliz armonía y grata amistad heredada de ustedes, los mayores, con todos sus hijos nuestros queridos amigos y descendencia.

Solamente doña EVITA le pedimos no deje nunca convidar un buñuelito a Dios y a sus buenas amistades que le rodean. Desde aquí gratificaremos su dulce sueño…

Octubre, 2013
pisadiablo100@hotmail.com

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